Hna Patricia Méndez, andariega del Reino
4 Settembre 2020Hna Aurorita Fontana, mujer de corazón grande y generoso
10 Settembre 2020Hna. Esperanza nació el 29 de octubre de 1938 en Bovril, Entre Ríos (RA). Ingresó al Instituto: 20 de febrero de 1961. Primera Profesión: 20 de febrero de 1964, Profesión Perpetua: 20 de febrero de 1969.
Vivió su pascua el 6 de septiembre 2020.
Alejandra fue la novena de los 16 hijos, frutos del matrimonio de León Velásquez y Cayetana Núñez. Su papá, era empleado de la policía y su mamá se dedicó al cuidado de los numerosos niños.
Realizó la escuela primaria en la localidad donde nació. Su hermana Eustaquia varios años mayor que ella había ingresado en el Instituto de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, llamándose Hna. Enriqueta. En sus visitas a la familia, ayudó a la joven Alejandra, a descubrir su llamada a la vida religiosa y que concretizó ingresando en el Instituto en el año 1961.
Terminada la etapa de formación en Montevideo (Uruguay), regresó a la Argentina y en la ciudad de Rosario hizo el bachillerato para adultos y luego obtuvo el diploma de auxiliar de enfermería.
Trabajó varios años como enfermera en los Hospitales Italianos de Rosario y Córdoba y en el Hospital Municipal de San Antonio de Areco. Su trabajo profesional estuvo siempre atravesado por la misión del cuidado de cada persona, procurando el encuentro de ellas con Dios, en fidelidad al legado de la Madre Francisca: “ver a Jesús en la persona del enfermo”.
Varios años estuvo en la misión de Guacho en Perú, y en las obras de inserción barrial de Colonia Lola (RA) y Salto (UR). En esto lugares, Esperancita, como nos gustaba llamarla, vivió su ser de mujer consagrada en la entrega cotidiana, desde la simplicidad, la acogida, la buena y oportuna palabra y una gran capacidad de escucha , visitando familia y enfermos, participando de las distintas actividades parroquiales: comedores, roperos , celebraciones litúrgicas, comunidades eclesiales de base y la animación de los grupos Rubattianos laicales. Con su actitud de disponibilidad y servicio como “hermana menor” supo hacerse querer y construir relaciones profundas con las personas con las que compartía la vida y la fe, más allá de las distancias.
Fue superiora de las fraternidades de los colegios de Alberdi y los Ángeles, maestra de las novicias y consejera provincial; y vivió por un corto período de tiempo en Bs. As.
Dentro de la fraternidad, Esperancita era una hermana constructora de paz y aun siendo silenciosa, participaba con alegría y entusiasmo en las actividades de la casa, en encuentros zonales, Asambleas, retiros. Su ser “hermana” lo manifestaba en la delicadeza y atención de lo que cada una necesitaba y siempre tenía el oído dispuesto a escuchar y una palabra la fe y confianza para ofrecer.
Su ser de mujer consagrada lo alimentó y cultivó a través de la oración personal y comunitaria, de la lectura y reflexión de la Palabra, de la asiduidad a la Eucaristía celebrada y adorada personalmente. Profundamente mariana las cuentas del Rosario se desgranaban siempre entre sus manos, especialmente cuando recorría las calles visitando a las familias y a los enfermos.
Cuando comienza el movimiento de la “Renovación carismática” Esperancita encuentra allí un espacio precioso para abrirse a la oración de alabanza, de acción de gracias, de sanación y liberación. Participaba en los encuentros, retiros, y grupos de oración que estuvieran a su alcance. Le gustaba cantar frecuentemente y frente a las dificultades: “cuando el pueblo alaba a Dios, suceden cosas, suceden cosas maravillosas” y lo hacía con certeza y absoluta confianza que así era.
Al tener una familia tan numerosa, con cierta frecuencia vio partir a sus hermanos a la Casa del Padre y últimamente, al ser todos mayores, se preocupaba por la salud de ellos y los acompañó en la medida de sus posibilidades.
Llevaba en su corazón las alegrías, pero sobre todos los dolores y pruebas por la que pasaron algunos miembros de su familia. Además de su presencia física, su ayuda más grande era la continua intercesión ante el Señor confiando que El cuidaba de su familia.
Hacía un año que se encontraba en la fraternidad de Villa Gobernador Gálvez y de sus 81 años no dejaba de visitar familias, enfermos de los barrios periféricos de esa localidad y también a las hermanas y laicas de Betania.
El Covid la sorprendió en un momento donde parecía que los contagios ya habían pasado. Después de unos días de haber comenzado la cuarentena en la casa, se fue complicando y su organismo ya no respondía como era esperable.
Partió como vivió: calladita, sin hacer ruidos, sin quejas y sufriendo en unión con Jesús crucificado y con El entró coronada de luz y de gloria en la Jerusalén celestial, el domingo 6 de septiembre.
¿Qué legado nos deja? ¿Qué palabra Dios nos regala a través de su vida?
Mirando cómo vivió dos textos de la Palabra nos resuenan en el corazón
“Te alabo Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los ricos y se las has revelado a los pequeños”
Y “aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón…porque mi yugo es suave y mi carga ligera”
Y así transitaste por la vida querida Esperancita… por nuestras vidas y por las vidas de tantas personas que te llevan en sus corazones. Nos mostraste que el Reino de Dios pasa por las cosas pequeñas, sencillas, ocultas, como el grano de mostaza, o el poco de levadura, para transformarse en árbol que cobija y pan que alimenta.
Hermana, estamos seguras que tu misión de intercesión será ahora más fuerte y poderosa y por ello te decimos: ¡¡¡GRACIAS!!!
Y unimos nuestras voces a la sinfonía celestial para seguir cantando junto a vos: cuando el pueblo alaba a Dios suceden cosas, suceden cosas maravillosas.
¡¡¡Hasta reencontrarnos en la Casa del Padre!!!
Hna Gladis Benítez
Superiora Regional